Con la aparición de la imprenta en el siglo XV, los folletos impresos se convirtieron en el principal medio de publicidad, y si bien los nuevos formatos digitales y las telecomunicaciones les han restado protagonismo, continúan siendo un aliado de las empresas.
La personalización es uno de los principales beneficios de la impresion de folletos plegados. Estos pueden adaptarse fácilmente a la identidad corporativa, reproduciendo su logotipo, tipografía y paleta de colores, además de realizarse en el tamaño, textura y material deseados. En concreto, los folletos pueden adoptar infinidad de formas: volantes, dípticos, flyers, booklets, etcétera.
A diferencia de otros formatos más voluminosos, los folletos impresos pueden transportarse y repartirse sin dificultad, ya sea a pie o mediante vehículos. Su entrega no requiere el alquiler de espacios públicos, pues se entregan en mano, se adhieren a paredes y columnas o se introducen en buzones o debajo de las puertas.
La flexibilidad de este formato está presente también en su contenido. Empresas, comercios y profesionales de todos los sectores e industrias utilizan folletos para comunicar sus ofertas y promociones. Por ejemplo, una editorial puede diseñarlos de modo que reproduzca la silueta de un libro, mientras que una carnicería podría hacer lo propio con la forma de una chuleta o una cabeza de cerdo, despertando el interés de sus clientes y contribuyendo así a su diferenciación comercial.
Otra de las fortalezas de los folletos impresos es su precio económico. Son baratos de producir, especialmente en grandes cantidades, por el impacto de la economía de escala en los costes de fabricación. Cierto es que requieren una inversión puntual, pero en la mayoría de los casos garantizan un óptimo retorno de la inversión.
Como sucede con otras iniciativas publicitarias, las empresas responsables logran mejorar su reputación y transmitir una imagen más seria y profesional, cualidades necesarias para que el consumidor decida confiar en ellas.